Se provocó una crisis y se cambiaron canchas, técnicos, tácticas. Pero Argentina está sexta entre diez, con Messi. Pase lo que pase en Ecuador, ahora sí el viraje de rumbo tiene que ser real y perdurable. El contraste del ejemplo alemán.
Por Vito Amalfitano
Desde Buenos Aires
En la sobremesa en la Boca, tras la indigestión en la Bombonera, el colega Eduardo Ronco, de Necochea, lanzóun dato revelador: La selección de Alemania tuvo, en toda su historia, desde 1936, solo diez técnicos.
Argentina, desde la renuncia de Bielsa en 2004 tuvo a Pekerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella, Martino, Bauza, Sampaoli. Ocho en solo 13 años.
Alemania desde 2002 para acá únicamente a Klinsmann y Low, que era su ayudante y pasó a ser el entrenador, con lo cuál se mantuvo una misma línea durante 15 años. Y no solo en la selección mayor. El ´proyecto llega desde el Estado, que supervisa todas las escuelas de fútbol del país, y desde la Federación Alemana, que sostiene una misma idea, que baja de los técnicos de la selección mayor a todos los entrenadores de divisiones menores, infantiles y juveniles.
No podemos pretender ser Alemania, a esta altura del partido. Pero ellos sí procuraron ser como nosotros. Y allí radica también el secreto del éxito del fútbol germano. Y el de España también. Justamente los dos últimos campeones del mundo. En ambos países, desde hace muchos años, se trabaja en la técnica de los pibes, esa es la prioridad. Lo que los argentinos abandonamos hace mucho tiempo, creyendo que porque eso estaba innato había que innovar en excentricidades tácticas. Se perdió y se sigue perdiendo identidad.
Y resulta que por esa falta de trabajo desde abajo nos encontramos con que no hay laterales, no hay un 10 a la altura de la circunstancia, un conductor para que Messi hiera dónde debe, dónde lo hace en Barcelona, a partir de tres cuartos. Y cuando lo tuvimos, Riquelme, en más de un período lo desperdiciamos.
El último gran proyecto fue el de Pekerman. Y lo interrumpimos. Pero lo de estos dos últimos años fue mucho peor. Alcanzó los antecedentes de las previas a los mundiales del 70 y 74, cuando los técnicos se cambiaban como figuritas y los jugadores no querían venir a la Selección, porque los desprestigiaba.
La primera gran responsabilidad es de los actuales dirigentes y los de la Comisión Desnormalizadora, puesta por el gobierno nacional para provocar una crisis que derivó en este desastre. La intervención de la IGJ, la interrupción del acto eleccionario del 30 de junio de 2016, la acefalía y soledad de la Selección en la final de la Copa América Centenario, el vacío a Gerardo Martino para darle los futbolistas para los Juegos Olímpicos, que arrancó con una negativa, casualmente, de Daniel Angelici.
Martino se fue de la Selección y la dejó primera en estas mismas eliminatorias. Al menos había una idea de juego en medio del desbarajuste dirigencial. Tras eso sobrevino el desastre: Edgardo Bauza, una elección a contramano de la historia del fútbol argentino y un equipo que nunca terminó de arrancar; y esta llegada de Sampaoli, con muchos menos antecedentes y pergaminos que varios entrenadores que sí trabajaron en el fútbol argentino profesional y que estaban capacitados para dirigir la Selección.
Cambiamos de técnico, de cancha, de sistemas varias veces. Hasta Sampaoli cambió cuatro equipos en un mismo entrenamiento con los jugadores bajando de la escalerilla de los aviones. El, ante esta situación límite, cuando ellos pisaron tierra argentina, ya debía tener todo resuelto y no trasladarle las dudas, la incertidumbre y los miedos a ellos.
La Bombonera, que no tiembla, late, no fue la solución que mentes afiebradas del poder quisieron instalar con fines electorales, hasta valiéndose descaradamente de la “barra brava” (ver investigación del domingo pasado de Tiempo Argentino). Y, al final, la Selección no latió, pero sí tembló. De miedo.
Messi fue el mejor contra Perú, y es el mejor de la Selección. A esta altura una perogrullada. Pero aun con Messi, para algunos todavía el mejor jugador del mundo, Argentina está sexta entre diez. Pues entonces Messi también es parte del problema. En la Selección Di María juega allá, bien lejos, a la derecha. Y circunstancialmente Papu Gómez, allá, bien lejos, a la izquierda. Y con Sampaoli no se sabe de que juega Banega (que con Martino era decididamente el enganche para abastecer a Messi) y Lio tiene que recorrer a veces 40 o 50 metros para hacerse de la pelota. No es parte de un circuito de juego.
Sexta entre diez. Vivimos cambiando, y cambiamos para mal. Hasta quedar en este abismo. En los 2800 metros de Quito ojalá Argentina alcance la altura necesaria para llegar al Mundial o al repechaje. No variará el concepto sobre esta crisis provocada por irresponsables con carnet.
No quedará más margen después. O para Rusia, o para Nueva Zelanda, o para Qatar, o para lo que se venga, habrá que pensar en cambiar el rumbo en serio. Pero de forma perdurable. Para dejar de cambiar de una vez por todas y volver a ser Argentina con un proyecto en serio.